Françoise Cheng - Cinco meditaciones sobre la muerte

Francoise Cheng (1929) está más cerca del siglo que del año. Él ha vivido más cambios de los que podremos contar cualquiera de nosotros que venimos recién entrando a la historia del mundo. Y, a pesar de nuestras diferencias, Cinco meditaciones sobre la muerte, compilado de sus exposiciones y publicado en 2015 por Siruela, representa una forma amable de aproximarnos a una realidad común: la muerte.
Cinco meditaciones sobre la muerte es un libro pequeño, ligero y de bolsillo, pero Cheng nos captura tras cada meditación. El autor manifiesta cómo su discurso se funda en su vida, por ello encontramos detalles íntimos que nos adentran, desde lo profundo de su mirada, en reflexiones universales: el sentido de nuestra existencia, los contrastes entre oriente y occidente, el azar, las transformaciones de la vida, Dios, el mal radical y el tiempo. El tono cercano de estos textos nos genera la sensación de estar frente a frente con un hombre que ha vivido sorprendiéndose y disfrutando os claros oscuros de un exiliado, dedicado a la belleza. Sus meditaciones se dividen en cinco partes, cuatro exposiciones tipo ensayo y una última donde se compilan sus poemas dedicados a la materia. Es así como, sin importarle nacionalidades o diferencias ideológicas, Cheng cita y pone a conversar a poetas, santos y artistas tales como Lao Zi, Goethe, Teilhard de Chardin, Etty Hillesum, Rainer Maria Rilke, San Francisco de Asis, Ovidio, Qu Yuan y Wang Wei. Todo esto con el objetivo de mostrarnos lo amplio y enriquecedor que puede llegar a ser la reflexión sobre muerte.
Francoise Cheng nos enseña cómo la consciencia sobre la muerte nos entrega la urgencia de vivir y la calma al morir. Sí, porque cuando “el fruto cae al suelo, vuelve a encontrarse cerca de las raíces, a fecundar el suelo, participar del poder regenerador de éstas”. El autor chino enfatiza en la noción de ciclo de vida y nos invita a mirarlo desde la frontera del pensamiento oriental en contacto con el occidental. En Cinco meditaciones sobre la muerte el autor chino desplaza las barreras y se adentra en definir qué significa vivir realmente. Como si fuera una pirámide, en la base se encuentra el contacto corporal del mundo, luego vendría la interacción del espíritu que comprende y, en última instancia, más superior y refinada, estaría el alma que es la parte secreta de cada ser, “una nada a la que le gustaría hacerse escuchar” y que es capaz de resonar con otros seres. Semejante pregunta, tan compleja y esquiva, se aterriza al identificar como componentes de la existencia humana al cuerpo, el espíritu y el alma. Vivir compromete la aventura de reconocerse a uno mismo como un ser único, limitado y que se descubre en relación con su entorno. De esta necesidad de autoconocimiento y convivencia surge el lenguaje, el cual se establece como diálogo con el mundo.
Resulta especialmente llamativo cómo Cheng logra enfocar la muerte desde la perspectiva del misterio de la belleza: “porque el universo no estaba obligado a ser bello” y, sin embargo, lo es en plenitud en su limitación. La belleza está relacionada con la muerte porque es esquiva y agudiza nuestra conciencia de limitación porque, mientras más amor, más punzante es el desapego. El arte intenta transmutar la soledad en apertura, el sufrimiento en experiencia común y en espacio de trascendencia. Así, las meditaciones de Cheng escalan hasta el último escalón de la experiencia: el deseo de trascendencia y las cuestiones relacionadas a Dios, o lo absoluto.
En este proceso de dialogar con los diferentes planos del mundo, Cheng inserta la noción del instante como la cristalización de nuestras vivencias del pasado y nuestros sueños del futuro. Dichos instantes componen el tiempo, espacio donde se desarrolla la vida y, por ello mismo, quedan trenzado en nuestra manera de integrarnos con el entorno.
En momentos como hoy, queremos vivir conscientes de la belleza, alegres de que la vida es más que una crisis y que, ciertamente, somos una seguidilla de instantes que la muerte no puede constreñir. Así, independiente de la cercanía al siglo que tengamos, nuestros instantes conformarán nuestro devenir, nuestra forma de terminar siendo. Queremos traer a nuestro presente y ser testimonio de las palabras de Jankélévitch: “Si la vida es efímera, el hecho de haber vivido una vida efímera es un hecho eterno”.